viernes, 19 de abril de 2013

Segunda nota con plagios


Segunda nota con plagios. Cuando el hombre llegó a la Luna... progreso científico sin progreso moral”, disponible en http://www.diariosinsecretos.com/anteriores/content/view/12026/31/.

La Dra. Godina dice:
Rechazar la idea de progreso se observa como algo desmesurado y perverso para todos aquellos que no se acercan al pensamiento. Para Aristóteles, la historia era una serie de procesos de crecimiento y decadencia, lo mismo que observamos en la vida de las plantas y de los animales. Pensadores como Maquiavelo y algunos de la Ilustración, pensaban de la misma manera.
Pensadores del siglo XVIII nunca dudaron de que ciertos periodos históricos sean mejores. Ninguno de ellos negó el progreso cuando éste en efecto se daba; pero nunca pensaron que el fenómeno fuera continuo. Estaban seguros que, igual que habían ocurrido antes, sobrevendrían otros tiempos, creían que lo que se ganaba en una generación seguramente se perdería en otra. Juzgaban que, así en política como en moral, no había progreso, sino tan sólo alternativas de pérdidas y ganancias.
La lección que aprendí en esa clase fue que el progreso es una ilusión, una perspectiva de la historia que responde a las necesidades del sentimiento, no de la razón. Freud habló precisamente de este tema en su obra El futuro de una ilusión, publicado en 1927, argumentaba que la religión es de carácter ilusorio. Las ilusiones no son del todo falsas, esconden un grano de verdad. Aun así, no se las abraza por las verdades que puedan entrañar sino porque responden a la necesidad humana de significado y consuelo.
Quienes creen en el progreso han identificado una verdad fundamental de la vida contemporánea: su continua transformación bajo el influjo de la ciencia. Pero han arropado este hecho innegable con esperanzas y valores heredados de la religión. En la idea de progreso buscan lo que los deístas encontraron en la idea de la providencia: la seguridad de que la historia no necesariamente carece de sentido. Los partidarios de la posibilidad del progreso insisten en que tienen a la historia de su lado. Y se aferran a su convicción porque les permite creer que la historia puede ser algo más que un cuento contado por un idiota.

Compárese con “Una ilusión con futuro” de John Gray en Letras Libres (http://www.letraslibres.com/revista/convivio/una-ilusion-con-futuro):
El hecho de rechazar la idea misma de progreso debe antojarse desmesurado cuando no deliberadamente perverso, pero esa idea no se halla en ninguna de las religiones del mundo y se desconocía entre los filósofos de la Antigüedad. Para Aristóteles, la historia era una serie de procesos de crecimiento y decadencia, ni más ni menos que los que observamos en la vida de las plantas y de los animales. Los primeros pensadores modernos, como Maquiavelo y algunos de la Ilustración, compartían este punto de vista. (…)
Esos pensadores [del siglo XVIII, como Hume, Hobbes y Voltaire] nunca dudaron de que ciertos periodos históricos sean mejores. Ninguno de ellos se vio tentado a negar el progreso cuando éste en efecto se daba; pero jamás se les ocurrió que el fenómeno fuera continuo. Sabían que, igual que habían ocurrido antes, sobrevendrían tiempos de paz y libertad, pero creían que lo que se ganaba en una generación seguramente se perdería en otra. Juzgaban que, así en política como en moral, no había progreso, sino tan sólo alternativas de pérdidas y ganancias.
  Es ésta, para mí, la lección que nos deja cualquier apreciación del porvenir de nuestra especie que no esté empañada por las esperanzas infundadas. El progreso es una ilusión, una perspectiva de la historia que responde a las necesidades del sentimiento, no de la razón. En El futuro de una ilusión, publicado en 1927, Freud argumentaba que la religión es de carácter ilusorio. Las ilusiones no son por completo falsas, pues esconden un grano de verdad. Aun así, no se las abraza por las verdades que puedan entrañar sino porque responden a la necesidad humana de significado y consuelo.
  Quienes creen en el progreso han identificado una verdad fundamental de la vida contemporánea: su continua transformación bajo el influjo de la ciencia. Pero han arropado este hecho innegable con esperanzas y valores heredados de la religión. En la idea de progreso buscan lo que los deístas encontraron en la idea de la providencia: la seguridad de que la historia no necesariamente carece de sentido. Los partidarios de la posibilidad del progreso insisten en que tienen a la historia de su lado. Y se aferran a su convicción porque les permite creer que la historia puede ser algo más que un cuento contado por un idiota.

Inmediatamente después se lee en el texto de la Dra. Godina:
Si la actual concepción de progreso es una religión laica, tiene en la ciencia un venero no menos importante. Intermitente a lo largo de casi toda la historia, el progreso del conocimiento humano es ahora continuo y cada vez más rápido.

Y John Gray dice en alguna parte de su artículo:
Si la actual concepción de progreso es una religión laica, tiene en la ciencia un venero no menos importante. Intermitente a lo largo de casi toda la historia, el progreso del conocimiento humano es ahora continuo y cada vez más rápido.

Luego la Dra. Godina presenta “algunas de las ideas que nos hacen pensar en el progreso científico”. Las primeras seis, aunque aparecen entre comillas, no están referidas al artículo de donde fueron tomadas, como prácticamente el resto del artículo. Por ejemplo:
3. “Poner en tela de juicio la idea del progreso no es dudar de las mejoras que se han dado en la realidad. Tampoco supone negar la realidad de los valores universales del ser humano. Los humanistas laicos creen que el desarrollo del conocimiento en cierta forma puede volvernos más racionales. Desde Augusto Comte y John Stuart Mill hasta John Dewey y Bertrand Russell, se ha creído que el progreso de la ciencia sería alcanzado por el progreso social. Estos pensadores aceptaban que si el progreso intelectual fallara o se detuviera, también cesaría el progreso social. Pero ninguno de ellos imaginó jamás que, no obstante que el conocimiento siguiera acelerándose, la vida moral y política pudiera experimentar un retroceso. Y eso fue lo que ocurrió durante la mayor parte del siglo pasado, por lo que no hay razón para creer que nuestra realidad vaya a ser diferente”.
4. “Los peligros más grandes que confrontamos hoy día son resultado de la interacción del conocimiento en expansión con las necesidades humanas invariables. La proliferación de las armas de destrucción masiva es la respuesta a conflictos políticos irresolubles; pero también es un efecto secundario de la difusión del conocimiento científico. La ciencia ha permitido elevar los niveles de vida en las sociedades industriales avanzadas; pero la industrialización mundial está dando pie a la lucha por el control de los recursos naturales cada vez más escasos. Es la aplicación práctica de la ciencia lo que ha hecho posible la dimensión actual de la población humana; pero el crecimiento demográfico, en combinación con la industrialización pujante, es la causa humana del cambio climático. Si la ciencia trae consigo conocimiento, éste no constituye un bien en estado puro, sino que puede ser también una maldición.”

Lo cual también está en el texto de John Gray:
Por otra parte, los humanistas laicos creen que el desarrollo del conocimiento en cierta forma puede volvernos más racionales. Desde Augusto Comte y John Stuart Mill hasta John Dewey y Bertrand Russell, se ha creído que el progreso de la ciencia sería alcanzado por el progreso social. Estos pensadores aceptaban que si el progreso intelectual fallara o se detuviera, también cesaría el progreso social. Pero ninguno de ellos imaginó jamás que, no obstante que el conocimiento siguiera acelerándose, la vida moral y política pudiera experimentar un retroceso. Y eso fue lo que ocurrió durante la mayor parte del siglo pasado, por lo que no hay razón para creer que nuestra realidad vaya a ser diferente.
     Los peligros más grandes que confrontamos hoy día son resultado de la interacción del conocimiento en expansión con las necesidades humanas invariables. La proliferación de las armas de destrucción masiva es la respuesta a conflictos políticos irresolubles; pero también es un efecto secundario de la difusión del conocimiento científico. La ciencia ha permitido elevar los niveles de vida en las sociedades industriales avanzadas; pero la industrialización mundial está dando pie a la lucha por el control de los recursos naturales cada vez más escasos. Es la aplicación práctica de la ciencia lo que ha hecho posible la dimensión actual de la población humana; pero el crecimiento demográfico, en combinación con la industrialización pujante, es la causa humana del cambio climático. Si la ciencia trae consigo conocimiento, éste no constituye un bien en estado puro, sino que puede ser también una maldición.

Hay “préstamos” más velados. Por ejemplo, en el texto de la Dra. Godina, supuestamente hablando de un viejo profesor, dice:
Puso en entredicho la idea de progreso, lo cual era como dudar de la existencia de Dios… al escuchar su disertación pase [sic] de la incredulidad al enojo, luego al pánico

Donde John Gray dice:
Poner en entredicho la idea de progreso a principios del siglo XXI es un poco como haber dudado de la existencia del Ser Supremo en tiempos de la reina Victoria. La reacción típica que se obtiene es de incredulidad seguida de enojo y, luego, de pánico moral.

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