Segunda
nota con plagios. “Cuando
el hombre llegó a la Luna... progreso científico sin progreso moral”, disponible en http://www.diariosinsecretos.com/anteriores/content/view/12026/31/.
La Dra. Godina dice:
“Rechazar la idea de progreso se observa como algo
desmesurado y perverso para todos aquellos que no se acercan al pensamiento.
Para Aristóteles, la historia era una serie de procesos de crecimiento y
decadencia, lo mismo que observamos en la vida de las plantas y de los
animales. Pensadores como Maquiavelo y algunos de la Ilustración, pensaban de
la misma manera.
Pensadores del siglo XVIII nunca
dudaron de que ciertos periodos históricos sean mejores. Ninguno de ellos negó
el progreso cuando éste en efecto se daba; pero nunca pensaron que el fenómeno
fuera continuo. Estaban seguros que, igual que habían ocurrido antes,
sobrevendrían otros tiempos, creían que lo que se ganaba en una generación
seguramente se perdería en otra. Juzgaban que, así en política como en moral,
no había progreso, sino tan sólo alternativas de pérdidas y ganancias.
La lección que aprendí en esa
clase fue que el progreso es una ilusión, una perspectiva de la historia que
responde a las necesidades del sentimiento, no de la razón. Freud habló
precisamente de este tema en su obra El futuro de una ilusión, publicado en 1927,
argumentaba que la religión es de carácter ilusorio. Las ilusiones no son del
todo falsas, esconden un grano de verdad. Aun así, no se las abraza por las
verdades que puedan entrañar sino porque responden a la necesidad humana de
significado y consuelo.
Quienes creen en el progreso han
identificado una verdad fundamental de la vida contemporánea: su continua
transformación bajo el influjo de la ciencia. Pero han arropado este hecho
innegable con esperanzas y valores heredados de la religión. En la idea de
progreso buscan lo que los deístas encontraron en la idea de la providencia: la
seguridad de que la historia no necesariamente carece de sentido. Los
partidarios de la posibilidad del progreso insisten en que tienen a la historia
de su lado. Y se aferran a su convicción porque les permite creer que la
historia puede ser algo más que un cuento contado por un idiota.”
Compárese con “Una ilusión con
futuro” de John Gray en Letras Libres (http://www.letraslibres.com/revista/convivio/una-ilusion-con-futuro):
“El hecho de rechazar la idea
misma de progreso debe antojarse desmesurado cuando no deliberadamente
perverso, pero esa idea no se halla en ninguna de las religiones del mundo y se
desconocía entre los filósofos de la Antigüedad. Para Aristóteles, la historia
era una serie de procesos de crecimiento y decadencia, ni más ni menos que los
que observamos en la vida de las plantas y de los animales. Los primeros
pensadores modernos, como Maquiavelo y algunos de la Ilustración, compartían
este punto de vista. (…)
Esos pensadores
[del siglo XVIII, como Hume, Hobbes y Voltaire] nunca dudaron de que ciertos
periodos históricos sean mejores. Ninguno de ellos se vio tentado a negar el
progreso cuando éste en efecto se daba; pero jamás se les ocurrió que el
fenómeno fuera continuo. Sabían que, igual que habían ocurrido antes,
sobrevendrían tiempos de paz y libertad, pero creían que lo que se ganaba en
una generación seguramente se perdería en otra. Juzgaban que, así en política
como en moral, no había progreso, sino tan sólo alternativas de pérdidas y
ganancias.
Es ésta, para mí, la lección que nos deja
cualquier apreciación del porvenir de nuestra especie que no esté empañada por
las esperanzas infundadas. El progreso es una ilusión, una perspectiva de la
historia que responde a las necesidades del sentimiento, no de la razón. En El
futuro de una ilusión, publicado en 1927, Freud argumentaba que la religión
es de carácter ilusorio. Las ilusiones no son por completo falsas, pues
esconden un grano de verdad. Aun así, no se las abraza por las verdades que
puedan entrañar sino porque responden a la necesidad humana de significado y
consuelo.
Quienes creen en el progreso han identificado
una verdad fundamental de la vida contemporánea: su continua transformación
bajo el influjo de la ciencia. Pero han arropado este hecho innegable con
esperanzas y valores heredados de la religión. En la idea de progreso buscan lo
que los deístas encontraron en la idea de la providencia: la seguridad de que
la historia no necesariamente carece de sentido. Los partidarios de la
posibilidad del progreso insisten en que tienen a la historia de su lado. Y se
aferran a su convicción porque les permite creer que la historia puede ser algo
más que un cuento contado por un idiota.”
Inmediatamente después se lee en
el texto de la Dra. Godina:
“Si la actual concepción de progreso es una religión
laica, tiene en la ciencia un venero no menos importante. Intermitente a lo largo
de casi toda la historia, el progreso del conocimiento humano es ahora continuo
y cada vez más rápido.”
Y John Gray dice en alguna parte
de su artículo:
“Si la actual concepción de progreso es una religión
laica, tiene en la ciencia un venero no menos importante. Intermitente a lo
largo de casi toda la historia, el progreso del conocimiento humano es ahora
continuo y cada vez más rápido.”
Luego la Dra. Godina presenta “algunas de las
ideas que nos hacen pensar en el progreso científico”. Las primeras seis, aunque
aparecen entre comillas, no están referidas al artículo de donde fueron
tomadas, como prácticamente el resto del artículo. Por ejemplo:
“3. “Poner en tela de juicio la idea del progreso no
es dudar de las mejoras que se han dado en la realidad. Tampoco supone negar la
realidad de los valores universales del ser humano. Los humanistas laicos creen
que el desarrollo del conocimiento en cierta forma puede volvernos más
racionales. Desde Augusto Comte y John Stuart Mill hasta John Dewey y Bertrand
Russell, se ha creído que el progreso de la ciencia sería alcanzado por el
progreso social. Estos pensadores aceptaban que si el progreso intelectual
fallara o se detuviera, también cesaría el progreso social. Pero ninguno de
ellos imaginó jamás que, no obstante que el conocimiento siguiera acelerándose,
la vida moral y política pudiera experimentar un retroceso. Y eso fue lo que
ocurrió durante la mayor parte del siglo pasado, por lo que no hay razón para
creer que nuestra realidad vaya a ser diferente”.
4. “Los peligros más grandes que
confrontamos hoy día son resultado de la interacción del conocimiento en
expansión con las necesidades humanas invariables. La proliferación de las
armas de destrucción masiva es la respuesta a conflictos políticos irresolubles;
pero también es un efecto secundario de la difusión del conocimiento
científico. La ciencia ha permitido elevar los niveles de vida en las
sociedades industriales avanzadas; pero la industrialización mundial está dando
pie a la lucha por el control de los recursos naturales cada vez más escasos.
Es la aplicación práctica de la ciencia lo que ha hecho posible la dimensión
actual de la población humana; pero el crecimiento demográfico, en combinación
con la industrialización pujante, es la causa humana del cambio climático. Si
la ciencia trae consigo conocimiento, éste no constituye un bien en estado
puro, sino que puede ser también una maldición.””
Lo cual también está en el texto
de John Gray:
“Por otra parte, los humanistas
laicos creen que el desarrollo del conocimiento en cierta forma puede volvernos
más racionales. Desde Augusto Comte y John Stuart Mill hasta John Dewey y
Bertrand Russell, se ha creído que el progreso de la ciencia sería alcanzado
por el progreso social. Estos pensadores aceptaban que si el progreso
intelectual fallara o se detuviera, también cesaría el progreso social. Pero
ninguno de ellos imaginó jamás que, no obstante que el conocimiento siguiera
acelerándose, la vida moral y política pudiera experimentar un retroceso. Y eso
fue lo que ocurrió durante la mayor parte del siglo pasado, por lo que no hay
razón para creer que nuestra realidad vaya a ser diferente.
Los
peligros más grandes que confrontamos hoy día son resultado de la interacción
del conocimiento en expansión con las necesidades humanas invariables. La
proliferación de las armas de destrucción masiva es la respuesta a conflictos
políticos irresolubles; pero también es un efecto secundario de la difusión del
conocimiento científico. La ciencia ha permitido elevar los niveles de vida en
las sociedades industriales avanzadas; pero la industrialización mundial está
dando pie a la lucha por el control de los recursos naturales cada vez más
escasos. Es la aplicación práctica de la ciencia lo que ha hecho posible la
dimensión actual de la población humana; pero el crecimiento demográfico, en
combinación con la industrialización pujante, es la causa humana del cambio
climático. Si la ciencia trae consigo conocimiento, éste no constituye un bien
en estado puro, sino que puede ser también una maldición.”
Hay “préstamos” más velados. Por
ejemplo, en el texto de la Dra. Godina, supuestamente hablando de un viejo
profesor, dice:
“Puso en entredicho la idea de progreso, lo cual era
como dudar de la existencia de Dios… al escuchar su disertación pase [sic] de
la incredulidad al enojo, luego al pánico”
Donde John Gray dice:
“Poner en entredicho la idea de progreso a principios
del siglo XXI es un poco como haber dudado de la existencia del Ser Supremo en
tiempos de la reina Victoria. La reacción típica que se obtiene es de
incredulidad seguida de enojo y, luego, de pánico moral.”
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